miércoles, 24 de septiembre de 2008

un cuento

UN CUENTO
La voz va corriendo: Hay una vieja en una casa del pueblo que está llorando, y los vecinos van a verla. Está sentada al lado de una enorme bolsa de cebollas, y las pela y después las pica con cuidado.
Y llora.
Las lágrimas brotan sin descanso de sus ojos viejos, gruesas, brillantes y puras como piedras preciosas.
Una tras otra las cebollas pasan por sus manos, y llora.
Los vecinos han llamado al cura, porque tantas lágrimas ya inundaron la casa. Y el cura le ha mostrado una cruz y ha pedido que entre todos recen un avemaría.
Y la vieja sigue con su llanto.
Por su hermosa cara arrugada pasan las lágrimas que bajan a la mesa y siguen hasta el suelo.
Ya el reguero atraviesa la puerta y desemboca en la calle.
Es una calle de agua que supera al pueblo y sigue a la montaña…
¿Qué pasa con la vieja? No habla, sólo tiene llanto.
Y ahora viene el más sabio del contorno, que dice: - Esta vieja llora por su vida, y más allá de su vida, por la vida de los otros, y los que fueron, y los niños. Habrá que detenerla. Su vida está en peligro. Se va a deshidratar. –
Y llaman a un médico, que le aplica una inyección. Pero ella no para de llorar.
- ¡Quítenle las cebollas¡
Y le sacan la bolsa. Pero hay otras escondidas en el sótano. Y la vieja no para de picarlas y no deja de llorar.
Pobre viejecita, que se va achicando cada vez y es inútil contenerla. Si son lágrimas guardadas que le estorban.
Dejen que las llore, dice un niño.
Y ahí están todos, hincados de rodillas en el piso inundado mirando a la vieja dolorida, sin hacer nada, mientras ella llora. Sólo mirando y bañándose en el llanto.
Así los encontró la noche, que también lloró…

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