miércoles, 3 de septiembre de 2008


Llegar a tiempo

Sacó su pequeño Fiat a carrera abierta. No daba más de 120, pero él mantenía el acelerador sin despegar el pié. Debía llegar a tiempo. No podía tropezar ni retrasarse por ningún motivo. Acelerar era lo único que importaba.
Y las calles absorbían su dolor. Y las casas, los negocios y los puentes desfilaban ante él vertiginosos resbalando tristeza.
¡ Si pudiera volar como los pájaros! Desaparecer en un misterio y aparecer dónde está ella. Volar en un cohete.
Llegó al campo donde se dividió el camino. Por instinto tomó el de la derecha, y otra vez debió correr como un loco atormentado.
Correr y llegar. Dos palabras que se unían en una obligación.
En su cerebro resonaba la voz de ella: “Te necesito”, sin otra explicación. Y él tiene que llegar a tiempo. Dejar atrás el camino largo.
Si ella lo necesita él tiene que ayudar.
Su pié le obedece y se aferra con más fuerza al acelerador, mientras sus ojos se resisten al reflejo de la luz.
Un hombre es tan pequeño, tan impotente para llegar a tiempo. No hay magia, y los caminos son tan largos.
Odió su indefensión
Ya todo estaba rojo. No comprendía porqué estaba solo en su máquina inútil, consumiéndose en el camino que se alargaba cada vez.
Se tapó los oídos para no escuchar la voz que lo demandaba.
Pero por fin llegó.
Rechazó el ascensor.
La escalera lo soportó mordiendo los escalones de dos en dos. Tantos escalones que crecieron y se multiplicaron hasta llegar al tercer piso.
Y ya estuvo. Golpeó la puerta. La sacudió. Con dos patadas fuertes se desprendieron los goznes .Y entró.
Allí estaba ella, sentada en el sillón junto a la mesa pequeña. Y sobre ésta un vaso y un frasco de pastillas.
Lo tomó en sus manos. No estaba abierto. Intacto. El frasco estaba intacto. Integro. Completo.
Había llegado a tiempo.
Ella lloraba y él también lloró.
Quedaron así. Abrazados. Hasta que los rodeó la noche.
Sin hablar…



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen cuento, como todos los demás textos de este blog; felicitaciones.