LA SOMBRA
Aquel hombre me seguía. Toda la mañana anduvo detrás de mí. Y no es la primera vez que lo advierto. Hace años que me sigue. Y hoy también.
Si yo apuraba el paso, él lo hacía. Si me paraba, él se detenía. Pero nunca se dejaba ver ni me era posible ver las señales de su presencia.
Sólo su sombra.
Claro, mis pies descalzos no dejaban huellas en el agua a la orilla del mar, que está casi quieto en este otoño, y las pisadas en la arena no hacen ruido.
Tampoco las de él.
De a ratos me daba vuelta de improviso para sorprenderlo, pero él conseguía esconderse. No podía verlo.
Vaya uno a saber qué secretos de mi vida conocía, que ahora quería castigar.
¿Y si sabía? No, no era posible. Aunque quizá fuera un heredero despechado.
Algo debe saber.
Aquel asunto en que me metiera sin querer… No, si ha pasado tanto tiempo. Tanto. Tanto…Y un simple juego financiero que ya nadie recuerda. No hubo heridos, ni muertos, ni incendios, ni catástrofes o derrumbes. Un problema simplemente económico, y hace tanto tiempo…
Pero algo sabe.
Bueno, no debo preocuparme. Estoy siguiendo esta idea como si en verdad alguien me lo hubiera planteado. Y no pasa nada. De cualquier manera, son cosas muertas, prescriptas, olvidadas, ignoradas.
Pero me pregunto quién es, qué sabe, qué pretende, por qué no da la cara, por qué siempre detrás de mí. Y qué autoridad tiene para juzgar lo que a la justicia no le importó por no tener trascendencia
Estoy temblando. Y no es de frío, porque el agua está calentita y las olas me acarician en su ir y volver y las siento protectoras. Y el sol, este maravilloso sol de la playa, me calienta la cara y me embriaga.
Pero él está aquí, y no lo resisto.
Me vuelvo.
Tengo miedo. Un miedo acre, incisivo, que ya no puedo tolerar.
Me voy. Y al avanzar, lo veo.
Al fin lo veo.
Delante de mí está su sombra, una larga sombra, que no es mi sombra, sino mi sombra y la sombra de él unidas en una larga sombra, como en aquellos versos de José Asunción Silva, que sabía de memoria en mi adolescencia : “…y mi sombra y su sombra, por los rayos de la luna proyectadas eran una sola sombra, eran una sombra larga…”
Casi muerta de susto me refugio en una carpa. Allí mi sombra es pequeñita. La sombra del hombre no está.
Espero un rato. La gente se está yendo. Ya el sol entra en el ocaso. Con su declinación declinan los conflictos. La noche es magnánima.
Me animo a salir de mi escondite.
No veo nada.
El hombre se ha retirado.
Me perdió.
Alegremente tomo un taxi. Llego al hotel, abro la puerta de mi habitación y cuando prendo la luz, lo veo, porque allí, cubriendo todo el piso, está su larga sombra.
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